lunes, 5 de marzo de 2012

(Crítica) CHRONICLE (y 2)

El hombre es un supervillano para el hombre.



En el plano que abre la película vemos a Andrew Detmer (un excelente Dane DeHaan, visto en In Treatment) empezando a grabar con su recién adquirida cámara. Su intención es documentar su vida, dejar un testigo audiovisual del día a día, quizás para hallar una explicación, quizás para que otros entiendan, que es lo que hace su vida tan sufrida. Esta primera escena consigue situarnos de un plumazo en medio del drama cotidiano de Andrew con tan sólo situar al padre de éste, ya borracho, en un fuera de campo modélico mientras en un espejo se ven reflejados los dos protagonistas del film, el propio Andrew y la cámara.


 Josh Trank dirigiendo y Max Landis guionizando una idea de ambos (de tan sólo 27 años; ellos, no la idea), parten de una socorrida premisa dentro del cine clásico de superhéroes, “el maltratado, enclenque y tímido blanco de todos los matones del instituto recibe un inesperado don por accidente”, para mostrarnos un conciso tratado sobre la adolescencia y las complicadas elecciones que se han de hacer en tan absurdo período para afrontar el paso a la vida adulta. Acompañando a Andrew tenemos a su primo Matt (Alex Russell) - un listillo que lee filosofía, y que tiene el mejor chiste de la película cuando, entrando en la cueva donde se halla el origen de todo (y que afortunadamente la película no pretende explicar, y recemos para que no haya una secuela que intente indagar en ello, como parece amenazar el final de la cinta) exclama: “¿Habéis oído hablar de la caverna de Platón?” – y a Steve Montgomery (Michel B. Jordan, el inolvidable Wallace de The Wire) – un aspirante a  Barack Obama-, formando un trío que bien podrían conformar las instancias fundamentales que explican el comportamiento psíquico humano según Freud (si bien, en cierto momento, Matt menciona a Jung), enfrentándose a las circunstancias que llevarán a un terrible desenlace.


Simplificando en exceso podríamos tan sólo mentar un tagline tan socorrido como “Spider-man + Akira” y quedarnos tan anchos. Pero allí donde el cómic de Marvel (y sus putas 20 adaptaciones al cine) nos propone un héroe que aprende de sus errores  y usa sus poderes para ayudar al prójimo, Chronicle nos habla de cómo la sociedad puede convertir al más bueno e inocente de sus individuos en un arma de destrucción masiva. A riesgo de considerar esto un spoiler… chicas, chicos, a Andrew se le va mucho la olla. ¿Por qué? ¿Acaso es un ser malvado  y ruin que espera su oportunidad para someter a todos a su alrededor? A priori es un chico humilde y timorato que se preocupa por su madre enferma y soporta estoicamente los abusos de su padre alcohólico y los matones del instituto. Así pues, desde una lectura roussoniana del film, es el entorno el que propicia que Andrew explote de este modo y, si no fuera por los poderes adquiridos, todo quedaría en una rabieta y una sensación de impotencia y resignación que con suerte podría catalizar y llevar una vida adulta lo más cuerda posible. Pero el don adquirido y otorgado por una instancia superior posibilita que el infierno se desate en la tierra, como si de un ángel vengador se tratara. ¿Mero accidente?

Pero, ¿es realmente el ser humano inocente?

En los momentos previos a la pérdida de control Andrew, como si de un Hitler a pequeña escala se tratara, esgrime una absurda y descocada teoría nitzscheana sobre la evolución y la predominancia de unas especies sobre otras, olvidando que el origen de sus poderes proviene de algo que está muy lejos de entender, siguiendo la senda de todos esos líderes megalómanos, corrompidos ante un poder de tal inmensidad que ningún ser humano debería poseer. Andrew, en plan hobbesiano, menciona que un lobo no siente remordimientos por matar a su presa, ¿debería sentirlos él? El lobo no disfruta matando a su presa, más allá del mero acto de cazar. No se regocija demostrando su poder, viendo el sufrimiento de otros. El ser humano, tan sólo hay que echar un vistazo a la historia, y ni siquiera hacer falta mirar demasiado atrás, sí.


 La película funciona, entretiene y mantiene en tensión, porque el guión, sin ser un dechado de virtuosismo, funciona. Bien cierto es que para explicar el colapso mental de Andrew y la sarta de humillaciones que recibe para pasar a convertirse en Tetsuo tira de cierto número de tópicos y no profundiza en absoluto en el resto de personajes más allá de los tres personajes principales (al fin y al cabo, no estamos hablando de Elephant o Thirteen), pero las acciones dramáticas funcionan, no sobra ninguna escena y la visión arquetípica del resto de individuos que pululan por el film correspondería en cierta medida a la de un adolescente furioso con el mundo.

Y funciona, sobretodo, por el modo en que se ha filmado.


 Para hablar del origen del found footage deberíamos remontarnos  al año 1936 cuando Joseph Cornell, artista y escultor, se adentró en el mundo del cine experimental creando Rose Hobart, en base a material encontrado de una película de serie B del año 31 llamada East of Borneo.

Innecesario, ¿no?

Para el caso que nos ocupa, hablar de un subgénero agotado y en plena decadencia tras haberse puesto de moda hace poco más de una década con El Proyecto de la Bruja de Blair (Myrick y Sánchez; 1999), el referente más obvio es Holocausto Caníbal (Ruggero Deodato; 1980), un film de terror abiertamente gore que narra el hallazgo de unas cintas en las cuales unos exploradores, más bien cabroncetes, recibían su merecido a manos de una tribu de caníbales. La enorme expectación de la película fue debida a que la verosimilitud de sus imágenes hizo creer que se trataba de grabaciones reales, llegando incluso a ser detenido el director del film acusado del asesinato de sus actores. Obviamente todo este asunto no pasó de ser una excelente campaña de publicidad para el mediocre film italiano.

¿A qué fue debido tal éxito de público? Precisamente, al realismo que mostraban dichas escenas. En un género como el del terror, con una producción y consumo tan elevado de películas cada año, los tópicos y clichés se amontonan y la lucha en pos de la originalidad se convierte en el principal objetivo de muchos cineastas.

Aún y así, a excepciones de algunas películas desconocidas y de un intenso fragmento de Henry, Retrato de un Asesino (John McNaughton; 1986), donde en una grabación doméstica vemos la tortura a la que es sometida una familia por Henry y su compañero, no fue hasta finales del siglo XX donde este género dio el salto defintivo. Ya en 1998 se produjo la más que interesante Alien Abduction: Incident in Lake Country (Dean Aliotto), una especia de Señales sin carga bíblica (y sin muchas otras cosas, claro), pero en 1999 explotó el boom con la película de la bruja secuestradora de niños.

A partir de entonces cada año se rodó alguna película dentro de este subgénero, siendo finalmente el 2007, con Paranormal Activity (Oren Peli) y REC (Balagueró y Plaza) el pistoletazo de salida para la producción de más de 50 películas hasta el momento. Si bien la mayoría de ellas no dejan de ser secuelas y remakes, y mostrando la mayoría de ellas una calidad más que cuestionable, se pueden rescatar algunas pequeñas joyas a tener en cuenta que usan el formato de la mejor forma posible, sin limitarse a grabar tediosas conversaciones y momentos de completa quietud en pos de conseguir  que el momento de sobresalto (acompañado en la mayoría de ocasiones de un efecto sonoro que el found footage, de una concepción casi dogma, no debería permitir) sea lo más impactante posible para después no ofrecer nada más en absoluto. Ejemplos tales como REC, y en menor medida su divertida secuela, El Último Exorcismo (Daniel Stamm; 2010), Home Movie (Christopher Denham; 2008) –donde unos niños irán paulatinamente convirtiéndose en seres malvados, dejando de lado toda ambientación sobrenatural- y Emergo (Carles Torrens; 2011), con guión y montaje de Rodrigo Cortés, aún sin estreno proyectado en España. Mencionar como curiosidad las sagas August Underground (cuyo primer film se realizó en 2001) y Guinea Pig (ya lanzada en 1985, en Japón), muestras del found footage más cruento, el ejemplo más bizarro y extremo de torture porn (jamás se acaban los subgéneros dentro del terror), dejando a la altura de películas educativas filmes como Hostel (Eli Roth; 2005) y A Serbian Film (Srdjan Spasojevic; 2010).

Fuera del género de terror también encontramos buenos ejemplos de la utilización de esta peculiar forma de narrar. Películas tales como Redacted (Brian De Palma; 2007) y Trash Humpers (Harmony Korine; 2009).

En Chronicle, acertadamente, consiguen someter este estilo de narración a la historia, adaptando el formato a lo que aquí es contado. El montaje es lineal, no se usa en ningún momento recurso alguno metalingüístico, como el rebobinado de REC (algo que si se usa, curiosamente, en el magnífico tráiler), pero no se limita a explicarnos lo que sucede mediante una cámara sino que se realiza un montaje con imágenes provenientes de otros medios de grabación tales como cámaras de seguridad, de la policía, imágenes televisivas y, en un final excelentemente montado, de decenas de móviles y cámaras fotográficas, logrando una expresión plenamente cinematográfica sin recurrir al constante plano secuencia general.


Por otro lado, tales planos secuencias, están magníficamente coreografiados y rodados con el añadido adicional de usar los poderes del protagonista para dotar a la cámara de autonomía. Así pues, ya no vemos sólo el punto de vista de quien lleva la cámara, sino que esta parece tener conciencia propia, regalándonos planos de steady y grúa, algo no visto hasta ahora en una película de este género, que estaba encorsetado por su propia metodología.

Cogiendo un subgénero agotado en pocos años, Josh Trank y Max Landis han creado una gran obra, innovando allí donde muchos se dedican a repetir lugares comunes. Quizás la postura más inteligente sea la adoptada por Paco Plaza en la tercera parte de REC, donde en cierto momento (se puede ver en el tráiler) el protagonista patea la videocámara de un amigo que pretende “grabarlo todo”, hastiado ante tamaña estupidez. A la espera de con qué pueda innovar Jaume Balagueró en la cuarta (y esperemos que última) parte de la saga de infectados/poseídos española, abogo porque Chronicle sea la última y brillante muestra de este tipo de películas. ¿Qué mejor que irse cuando se está en la cumbre?

Lamentablemente, mientras escribo estas líneas se están desarrollando unas 200 nuevas y revolucionarias películas en este formato. Títulos tales como Paranormal Activity 4 y una nueva entrega de Guinea Pig esperan a la vuelta de la esquina. ¿Para cuándo un found footage en 3D?

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