martes, 15 de enero de 2013

(Crítica) El lado bueno de las cosas

El amor es cosa de locos



Después de este incidente David O. Russell, director que parece especializado en familias disfuncionales, al igual que Wes Anderson, donde ese intercambio de gritos y cambios de humor cual Pat Solatanno, el protagonista de su nueva cinta (ojo, que no estoy acusando al director de enfermo mental como el protagonista de su curiosa comedia romántica), le produjo un ostracismo de seis – siete años durante los cuales no dirigió nada hasta volver a primera plana con la celebrada The Fighter.


Russell fue uno de los acontecimientos de 1999, un año muy prolífico para el buen cine y la aparición de un grupo de cineastas jóvenes con grandes ideas, talento y ganas de trabajar: ahí tenemos a M. Night Shyamalan que lo petó todo con el hit El sexto sentido; Spike Jonze y su unión con Charlie Kaufman en Cómo ser John Malkovich; Paul Thomas Anderson acababa de demostrar su talento para los dramas corales con Magnolia y el propio Russell presentaba el curioso relato ambientado en la guerra de Irak Tres reyes.

David O. Russell debutó con Spanking the Monkey (1994) a la que siguió Flirteando con el desastre (1996) que, junto a su posterior Extrañas coincidencias (film donde tuvo esa ya famosa y triste pelea con la actriz Lily Tomlin) y The Fighter, sirvieron para demostrar su buena mano con la dirección de actores en extraños papeles e historias llenas de familias disfuncionales, al margen de la sociedad más acomodada y con cierto carácter indie en su cine. Algo que vuelve a demostrar con esta El lado bueno de las cosas, sensación del año, nominada a 8 Oscars y con un gran reparto (lo mejor de la cinta) formado por Bradley Cooper (saga Resacón en las Vegas), Jennifer Lawrence (una de las mejores actrices jóvenes de la actualidad: saga Juegos del hambre; X-Men: Primera generación), Jackie Weaver (Animal Kingdom), Robert De Niro, Shea Whigham (Boardwalk Empire, Take Shelter), John Ortiz (Luck), Julia Stiles (El mito de Bourne) y Chris Tucker (Jackie Brown). El director aprovecha a su reparto y consigue de ellos interpretaciones más que destacables en una historia con una curioso drama romántico con enfermedades mentales de por medio que ¡ay! acaba abrazando las convenciones de la comedia romántica más tópica en el último tercio de la cinta.

Pat (un eficaz y comedido Bradley Cooper) está encerrado en el psiquiátrico de Baltimore después de atrapar a su mujer Nicky, maestra, acostándose con su compañero y profesor de historia y apalizando casi hasta la muerte al mismo; descubrieron que era una persona bipolar no diagnosticada y tuvo que ser puesto en tratamiento, junto con otros pacientes como Dany (un irreconocible Chris Tucker, en su mejor papel desde Jackie Brown de Tarantino), quien siempre intenta escapar del manicomio. Después de ocho meses su madre (una sufridora y fantástica Jackie Weaver) se lo llevará a casa para poder cuidar de él junto a su padre, (un recuperado Robert De Niro), obsesivo compulsivo y maniático además de adicto a los Eagles. Pat conocerá en una cena junto a su mejor amigo (John Ortiz), quien vive un matrimonio feliz (¿?) junto a su adorable mujer (Julia Stiles), a Tiffany (una fantástica, como viene siendo habitual, Jenniffer Lawrence), hermana de ésta y que también tiene una enfermedad mental: después de perder a su marido policía se volvió ninfómana y se tiró a todos los miembros de su trabajo, siendo despedida. Pat le pedirá ayuda a Tifanny para poder recuperar a Nicky  a la cual no se puede acercar debido a una orden de alejamiento) mientras que él será su pareja de baile en un concurso.


Un bipolar, hijo de un maniaco obsesivo compulsivo y de una paciente y sufridora madre, se enamora de una depresiva con tendencias ninfómanas; este podría ser el resumen breve de esta historia que, durante buena parte del metraje nos trae un drama humano lleno de humor negro (Pat, en su condición de bipolar, siempre parece decir la verdad a pesar de sacar temas inapropiados) e incómodo en la descripción del mismo (la pelea con los padres cuando Pat quiere volver a ver su video de bodas y no encuentra el mismo) que acaba cayendo en las tópicas redes de un relato romántico al uso, si bien la descripción de sus personajes -todos ellos tocados por enfermedades mentales, pero aún así más cuerdos que los en teoría felices; el mejor ejemplo es el matrimonio formado por John Ortiz y Julia Stiles- es superior a la media. Todo ello rodado con ese aliento indie (selección de canciones, cámara al hombro) típico de Russell y un gran nivel interpretativo que salva a la cinta en sus momentos más flojos. El film tiene más de un punto de conexión con la galardonada Mejor imposible de James L. Brooks.

Russell demuestra su buena mano con los actores; después de que su anterior cinta, The Fighter, les diera el Oscar a Christian Bale y Melissa "Fuck" Leo, así como nominación para Amy Adams y una estupenda y sobria actuación de Mark Wahlberg, en El lado bueno de las cosas encontramos un cast simplemente maravilloso, con un acertado y sorprendente Bradley Cooper, a la estupenda Jennifer Lawrence, la cual vuelve a demostrar que bien se le dan los personajes mal hablados como su anterior protagonista en Winters Bone (2010) y esta Tiffany dolida con el mundo pero echada hacia delante; secundarios acertados como John Ortiz y su matrimonio como esa arpía castrante Julia Stiles o un acertadísimo Chris Tucker y lo mejor de la cinta, ese matrimonio formado por Jackie Weaver y Bobby De Niro.


Y es que señoras y señores, ¡Robert De Niro aún actúa! Después de más de una década con el piloto automático en proyectos de calidad paupérrima (no sé si el actor de origen italoamericano tendrá problemas con el fisco como Nicolas Cage), ya el año pasado sorprendió con su antagonista en la española Luces rojas de Rodrigo Cortés y ahora de la mano de Russell nos trae ese padre obsesionado con el futbol americano y con las supersticiones, como la de tener un pañuelo en la mano o los variados mandos del televisor en una posición determinada, incluso cree que su hijo es un talismán de cara a las posibles victorias de su equipo y, con el pretexto de pasar más tiempo juntos, lo usa con esa intención (ojo al monólogo donde se abre a Pat; si bien con un punto más dramático hubiera sido una soberbia escena, la dedicación de De Niro así como su química con Cooper es admirable y destacable). A su lado la sufridora y encantadora Jackie Weaver, quien fue descubierta como otra madre, aunque de ambiente criminal, en Animal Kingdom y aquí apoya a su disfuncional familia describiéndonos su apatía interna, en una conmovedora interpretación. Decir que el núcleo familiar además de apoyarse en trabajos interpretativos a un gran nivel se ayuda de una destacable química entre ellos.



David O . Russell, en labores de guión, adaptando el exitoso libro de Matthew Quick, y dirección, vuelve a demostrar su buena mano en este tipo de relatos así como en la dirección de actores si bien su parte final acaba cayendo en las maneras más tópicas de las historias románticas; ¿de verdad alguien pensaba que Pat y Tiffany no acabarían juntos? ¿O cómo se solucionaría la secuencia del baile? Momentos comunes en su tercio final en una cinta con aciertos, pues está llena de ideas incómodas bajo su presencia sencilla, la descripción de las enfermedades mentales y sus personajes protagonistas se brinda de ellos: las manías de De Niro así como el uso de su propio hijo como talismán (esa idea hacen del monólogo De Niro aún más duro), el reencuentro entre los hermanos donde uno habla de sus éxitos comparándolos con los fracasos del otro o el uso de una canción como motor de los ataques de ira de Pat (una gran idea de puesta en escena). Pero como ya comenté, lo mejor acaba siendo la labor del cast, el particular pañuelo de Russell. A pesar de su peculiar estilo visual y sonoro, deudor del cine independiente, hay que achacarle a su director ciertos errores como secuencias alargadas en exceso (todo lo concerniente a la apuesta final) o que dramáticamente no funcionan (el reencuentro de Pat y Nicky, en una escena no sé si decir que copiada a una muy famosa de Lost in Traslation de Sofia Coppola, aunque sin su fuerza dramática y emotiva).

 
A pesar de sus buenas maneras, me choca que su director esté en la carrera por el Óscar a la mejor dirección en un año que, como ya comenté, se quedaron fuera de la misma trabajos tan destacables/ interesantes y/o discutibles como los de Kathryn Bigelow por La noche más oscura, el Tarantino de Django desencadenado, Ben Affleck por Argo o sobretodo el arriesgado Paul Thomas Anderson por The Master.

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